La mariposa es un ser increíblemente excepcional. Aunque no lo parezca, es de lo más parecido a los seres humanos. Tiene dos naturalezas, y cuando se convierte en adulta sufre una enorme transformación. Las hay de diferentes colores, y las hay de noche y de día. Millones de cosas que tenemos en común, pero hay una diferencia que me carcome por dentro: nosotros no tenemos alas. Eso no significa que no podamos volar, pero no podemos hacerlo por naturaleza.
A lo largo de nuestras vidas aprendemos a base de golpes, de pequeños nos llenamos las rodillas de moratones y cortes, se nos abren las manos y nos sangra la cabeza. Cuando somos adolescentes los golpes son más bien, metafóricos. Y duros. Duros como los que más. A pesar de todo ello, sabemos cerrar los ojos y salir hacia el cielo, abrir los brazos y volar. El peor momento es cuando te conviertes en algo parecido a un adulto, porque piensas que eso ya no lo puedes hacer. Ya no puedes volar, ya no te dejan volar. Pues yo tengo un regalo para ti. Me he inventado algo: es como una mochila, y te lo colocas cuando quieres. Tiene un botón imaginario para encenderla, y entonces suena música, la que tú quieras, y además se abren dos alas de tela, de colores como las de las mariposas. La mochila tiene una cuerda que cuelga hacia abajo, igual que las que tienen las cometas que hacemos bailar en la playa, y está hecha de un material que no se rompe a menos de que tú quieras cortarlo. Las alas se abren cuando suena la música, y la música suena cuando tú quieres apretar ese botón. Entonces vuelas, y llegas al cielo. Desde ahí ves todo diferente, y le pegas bocados a las nubes, que saben dulces como los barbapapas.
Pero la cuerda se queda, y es larga, no importa lo que subas, la cuerda siempre se queda en el suelo, para que cuando vueles y mires hacia abajo, por muy alto que estés, sigas viendo el final de la cuerda. Entonces te das cuenta de que puedes volar, que da igual que ya no seas un niño, que puedes hacer lo que quieras, pedir lo que quieras, llegar a donde quieras, pero siempre sabiendo que tienes que acabar abajo. Porque todos deberíamos saber volar, teniendo los pies en el suelo. Por eso te la regalo, porque sé que tú no quieres, que te da miedo volar. Yo ya no la necesito, he aprendido a volar sin mi invento, a cerrar los ojos y saber que estoy donde quiero estar. Ahora hazlo tú también, y no necesita manual de instrucciones.
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