jueves, 10 de marzo de 2011

Rincones del mundo

Sankt Pauli. Un distrito de Hamburgo -independiente, digamos- de lo más peculiar. Para aquellos que no lo sepan, es el lugar de origen del equipo de fútbol con la mejor historia del mundo: el F.C. St. Pauli. Se fundó informalmente en 1899, y de forma oficial en 1910. Actualmente juega en la 1.Bundesliga, aunque a día de hoy, no esté precisamente bien colocado en la tabelle, ya que está en la posición 13 (de 18) y a 3 puntos del descenso. Equipo de carácter antifascista por excelencia, es el club que tiene más aficionadas del mundo, y su presidente es un reconocido homosexual.
Su barrio, de lo más variopinto, es el centro de la vida nocturna de Hamburgo y uno de los barrios rojos más famosos del mundo.

Lo que se siente allí por el F.C. St. Pauli es, más que una afición, una forma de vida. Las calles están repletas de pintadas de los colores (blanco y marrón -Hamburg ist braun weiss-) y símbolos (la calavera, principalmente) del equipo, y haya partido o no, la gente siempre va vestida con algo del equipo. Los bares están llenos de pegatinas, ya no sólo del equipo, sino de todas las organizaciones, asociaciones, grupos musicales y demás, antifascistas, antirracistas y antisexistas del mundo.
He tenido el placer de poder visitar Hamburgo, y sobre todo, de haber vivido durante un fin de semana la vida en este distrito, y además, la gente es encantadora. Aunque en España, las pocas noticias que se tienen sobre Sankt Pauli son un poco estereotipadas (recuerdo una noticia, Sankt Pauli, el equipo de las putas y los punks), como todo, basta conocerlo para saber que la mayoría de lo que se dice, es un mito. Sí, hay punks. Y sí, en el distrito se encuentra la Reeperbahn, la "calle de las putas". Pero también hay un movimiento okupa increíble, una enorme tolerancia y sobre todo, una afición que sigue a su equipo, gane o pierda, todos los días de su vida.


Y qué decir, además del partido. Pudimos disfrutar, gracias a Fanladen St. Pauli, el centro de actividad de los aficionados, de dos entradas para la Südkurve del Millerntorn-Stadion, desde donde pudimos ver el St. Pauli - Hannover69 [0-1, para nuestro pesar]. Un pequeño estadio, con capacidad para casi 25.000 personas, que en cada partido, se llena de banderas blancas y marrones, de niños pequeños ondeando banderas de su equipo, de Hells Bells sonando antes de cada partido y de Song2 de Blur en cada gol del equipo.
Para los amantes del fútbol, del Sankt Pauli, para los antifascistas, o para los que simplemente, disfrutan de los viajes peculiares, recomiendo fervientemente una visita al distrito de Sankt Pauli, donde os sentiréis como en casa.

La generación olvidada

Al acabar el instituto nos quitaron nuestra ortografía, con la que habíamos aprendido a hablar en galego. Tuvimos que aprender desde cero una nueva a dos meses de presentarnos a las pruebas de acceso a la universidad. Tres meses después de llegar a la universidad, nos obligaron a bajar cinco pisos en los diez minutos que teníamos de descanso para fumar un cigarro. Cuando terminamos la carrera, nos obligaron -en plena crisis económica, con un 20% de desempleo y más de un 40% de desempleo en jóvenes titulados, a firmar un contrato de por vida para poder cobrar nuestra íntegra pensión, cosa que para muchos nos fue imposible. En esa misma época, nos prohibieron descargar música, series y películas para verlas en casa mientras en la tele, lo único que podíamos ver era basura. Mientras, en Alemania, nos reclamaban, a todos los licenciados sin trabajo, para irnos a su país, a trabajar por el triple de sueldo pagando la mitad de alquiler, a beber cerveza barata en la puerta del bar o a fumar un cigarro en una cafetería. Esto era cuando vivíamos en democracia, cuando lo único que nos decían era que teníamos que llegar a los mismos niveles del resto de Europa, y lo único que consiguieran fue superar en gilipolleces a algunos países, crear sistemas educativos "a la europea" que redujeron enormemente la capacidad de propia opinión de las personas y convertirnos en un país involucionado. Todo, cuando entonces, vivíamos en democracia y se supone que nosotros decidíamos nuestro futuro. Pero a mí, mis abuelos me decían que ellos habían vivido mal. No lo dudo, pero a nosotros, la generación olvidada, no nos dejaron vivir.